Así se resucita a un animal extinto
Entre nosotros, ¿quién no ha fantaseado alguna vez con la posibilidad de interactuar con un animal cuya especie se extinguió hace miles de años? Casi sin quererlo, a muchos esta pregunta nos evoca irremediablemente esa novela noventera que Michael Crichton escribió y Steven Spielberg popularizó a través de su famosa película homónima: Parque Jurásico (Jurassic Park, para los anglófilos). Ya por aquel entonces – y han pasado más de 30 años – se jugueteaba con la idea de que una biotecnología del ADN lo bastante avanzada permitiría devolver a la vida a animales extintos. ¿Y qué animal extinto hay más grandilocuente que un dinosaurio? Taquillazo asegurado. Pero, palomitas aparte, he aquí lo importante: si eres de los que piensas que Parque Jurásico es una obra puramente de ciencia ficción, quédate 5 minutos más porque tenemos algo interesante que contarte.

Fósil de un Ichthyosaurus. Un (lejano) candidato a la desextinción.
Quitémonos de encima lo evidente: la desextinción (o des-extinción, un neologismo un tanto pintoresco, por cierto) de un dinosaurio sigue siendo técnicamente imposible, al menos de momento. Sin embargo, es bien probable que el mundo conozca el primer animal desextinto antes de que este siglo toque a su fin. De hecho, serios candidatos a recibir este tan singular título paleo-honorífico de “primer animal desextinto” son la rata de Maclear (Rattus macleari), el uro (Bos primigenius), el bucardo (Capra pyrenaica) y el mamut lanudo (Mammuthus primigenius). ¿Que cómo se hace eso de desextinguir una especie? Pues sacando todo el jugo a las distintas tecnologías de manipulación del ADN. Demos un paseo por ellas.
Retrocruzamiento
Por extraño que pueda parecer (y lo parece), ya en la década de 1930 hubo quien aseguraba haber devuelto a la vida a una especie extinta. Estamos hablando de los alemanes hermanos Heck, a quienes se les metió entre ceja y ceja desextinguir a los uros. Aunque quizás no te suene su nombre, los uros son los antecesores de los bovinos (toros y vacas) actuales. Estos animales fueron domesticados hace 10,000 años aproximadamente y gradualmente convertidos en el ganado que todos conocemos. Pero, por desgracia, la especie original se perdió por el camino. En concreto, los últimos uros desaparecieron en el siglo XVII. ¿Y cómo se propusieron los hermanos Heck desextinguirlos? Aplicando el primer método de desextinción del que hablaremos: el retrocruzamiento.
El razonamiento aquí es muy sencillo y requiere saber poco, o más bien nada, de genética molecular: si los bovinos actuales descienden de los uros, significa que deben de conservar al menos parte de su material genético original. Por lo tanto, haciendo las mezclas de las especies e individuos adecuados, en principio podría ser posible realzar rasgos típicos de la especie original. Pues eso mismo hicieron los hermanos Heck, dando lugar a lo que hoy se conoce como bovino de Heck. Puesto que estos animales se parecen (y ahí está la clave, se “parecen”) más a los uros que el resto de bovinos, los hermanos dieron por exitoso su experimento de desextinción.

Los primeros esfuerzos de desextinción se dirigieron al uro europeo.
Ahora bien, y sin ánimo de desprestigiar a los hermanos germanos, la realidad es que su creación tiene poco de uro y nada de desextinción. Y es que aceptar retrocruzamiento como método de desextinción es como aceptar pulpo como animal de compañía. Es admisible solo a falta de algo mejor. Y hay algo mejor (véase más abajo). Por dejarlo claro, dos de las más clamorosas razones que hacen del retrocruzamiento una estrategia, cuando menos, pobre para alcanzar la desextinción son las siguientes:
- Es un método basado en reproducir el fenotipo, pero no el genotipo, de la especie extinta. Si no tienes clara la diferencia entre fenotipo y genotipo, echa un vistazo a este artículo. En pocas palabras, esto significa que lo mejor que se puede conseguir es una especie más o menos similar en apariencia a la extinta, pero todavía completamente diferente desde el punto de vista genético.
- Es únicamente aplicable cuando la especie que se quiere desextinguir tiene parientes muy cercanos no extintos. Tratar de desextinguir el uro a partir de los bovinos actuales parece razonable. Ahora bien, ¿qué especies tendríamos que empezar a cruzar para obtener un triceratops? El retrocruzamiento, como método desextinción, tiene las patas cortas.
Clonación
Empecemos con la genética seria. El término clonación está barnizado de connotaciones de sofisticación biotecnológica. Y no es para menos, pues esta técnica permite generar organismos vivos genéticamente idénticos (clones), lo cual ha alimentado innumerables proyectos en el área de la ciencia, y también de la ciencia ficción. Como nota aclaratoria, clones humanos lleva habiendo desde que el hombre es hombre (y antes), lo que pasa es que solemos darles otro nombre: gemelos.

La clonación se basa en la transferencia del núcleo de la célula, donde se encuentra el ADN.
En cualquier caso, probablemente el ejemplo más ilustre e ilustrado de clonación de animales es el de la oveja Dolly, si bien hay muchos más. ¿Que cómo se hace para clonar a un animal? La fórmula más popular se vale de lo que se denomina “transferencia nuclear de células somáticas” (TNCS). Por aparatoso que parezca el nombre, conceptualmente es bastante sencillo: básicamente consiste en introducir el núcleo de una célula del animal que se quiere clonar en un ovocito (algo así como un óvulo) sin núcleo. Con la estimulación correcta, esta célula quimérica comenzará a dividirse y formará un embrión capaz de generar un organismo completo, que tendrá la información genética contenida en ese núcleo original.
De este modo, dado que un animal produce miles de millones de células a lo largo de su vida, en principio podemos aislar miles de millones de núcleos y generar miles de millones de copias genéticamente idénticas. Visto así, a los fanáticos de la desextinción los ojos les harán chiribitas. Si en lugar del núcleo de una oveja transferimos el de un animal extinto ¿no es acaso la solución perfecta para traer de vuelta a la vida una copia exacta del mismo? Pues…sí, pero no. Es fundamental tener presente que se necesitan 3 componentes principales para poder realizar la clonación:
- Una célula con el núcleo intacto del animal que se desea clonar.
- Un ovocito compatible con el núcleo que se le va a transferir.
- Un “vientre de alquiler” también compatible en el que ese ovocito quimérico pueda desarrollarse correctamente.
Ya empezamos a ver los problemas de usar la clonación para la desextinción, ¿verdad? Resumiendo mucho, los más delicados son dos:
- Se necesita un núcleo intacto del animal que se quiere clonar. Es decir, hay que encontrar células en buen estado de animales extintos. Creo que no hace falta incidir en por qué encontrar este material en restos de animales que murieron hace miles o millones de años puede suponer un reto nada negligible. “Como buscar una aguja en un pajar” podríamos decir. Pista: el permafrost de la tundra puede ayudar.
- Se necesitan un ovocito y “vientre de alquiler” compatibles. Pongámonos en el caso idílico: hemos encontrado nuestro núcleo intacto de triceratops (imposible), ¿a qué ovocito lo vamos a transferir y en qué útero vamos a introducirlo para que se desarrolle? He aquí un problema de dimensiones dinosáuricas.

Las ovejas cuentan con la distinción de haber sido el primer mamífero clonado a partir de una célula somática.
¿Significa esto que la clonación tampoco es útil para la desextinción? No. Se trata de una herramienta particularmente útil para especies que han desaparecido recientemente. Por ejemplo, gracias a la clonación se consiguió “casi” desextinguir al bucardo, una especie de cabra montés ibérica. El “casi” se debe a que el susodicho bucardo clonado murió a los pocos minutos de nacer debido a un defecto pulmonar. Aun así, esto supuso todo un hito científico, pues a diferencia de los experimentos de retrocruzamiento comentados anteriormente para el uro, aquí sí estamos hablando de desextinción auténtica. Fenotipo y genotipo, de cabo a rabo.
Edición genómica
Asumamos lo evidente: la dificultad de encontrar material biológico bien conservado de animales extintos aumenta exponencialmente con el tiempo que llevan desaparecidos. Dicho de otro modo, no vamos a encontrar un núcleo celular envuelto en papel de regalo en los restos de un animal que lleva miles de años muerto. Si queremos desextinguir este tipo de animales, se hace necesario acudir a algo más elemental y, sobre todo, más resistente al paso del tiempo: el ADN.
En las condiciones adecuadas – es decir, secas y frías – el ADN puede sobrevivir entre 1 y 2 millones de años. Esto ya pone a nuestro alcance material genético de especies tan carismáticas como el mamut (hablando de condiciones frías), extinto hace algo más de 7.000 años. Eso sí, que nadie piense que este ADN milenario se encuentra completo y entero de la A a la Z. Cuanto más antiguo es el ADN, más fragmentado está, convirtiendo así el genoma en un puzzle del que no siempre se tienen todas las piezas. Pero, ¿y si no necesitamos todas las piezas para desextinguir a la especie en cuestión? Entramos en la tercera estrategia de desextinción: la edición genómica.
Al haber secuenciado el ADN del mamut lanudo, hoy en día sabemos que la mayor parte de sus genes son funcionalmente muy similares a los del elefante asiático actual. Por poner algunos números sobre la mesa, se estima que las diferencias entre ambas especies ronda “solamente” los 2,000 aminoácidos. Incluso hay investigadores más optimistas que sugieren que unas pocas docenas de genes son lo único que separa a las dos especies.
En este punto es cuando se enciende la bombilla. ¿Y si utilizamos como punto de partida el genoma de un animal existente y realizamos de manera precisa ese número (idealmente pequeño) de cambios genéticos que lo separan de la especie que queremos desextinguir? Este es precisamente el fundamento de la edición genómica. Y no es ninguna broma, ya hay laboratorios trabajando en la edición del genoma del elefante asiático para recrear mamuts. A escala menos mastodóntica, la rata de Maclear, extinta hace algo más de un siglo, también está atrayendo mucha atención últimamente como objetivo de desextinción a partir de la edición del genoma de la rata parda común. Para llegar a buen puerto (o elefante), estos proyectos necesitan valerse de la tecnología de manipulación genética más precisa y versátil disponible actualmente: CRISPR/Cas9, la cual te explicamos en este otro artículo.

El mamut lanudo podría desextinguirse a partir de la modificación del ADN del elefante asiático.
Por muy prometedora que suene esta estrategia, tampoco es que esté falta de limitaciones, duelos y quebrantos. Por mencionar algunos relevantes:
- Como en el caso del retrocruzamiento, el punto de partida es una especie viva sobre la cual se realizan modificaciones. Esto naturalmente limita el rango de desextinción a especies no muy lejanas evolutivamente de las actuales.
- Una vez realizada la edición genómica, el embrión generado debe desarrollarse en el entorno adecuado, lo cual nos trae de nuevo a los problemas de compatibilidad de ovocito y “vientre de alquiler” que comentamos anteriormente para la clonación.
- La edición genómica no es infalible, ni barata. Introducir cientos o miles de cambios en un genoma usando CRISPR/Cas9 supone una inversión titánica de tiempo y dinero. Eso sin mencionar que esta tecnología a veces conduce a cambios no deseados en el genoma cuyas consecuencias son difíciles de predecir.
Síntesis genómica
Zambullámonos por último en el escenario más complicado de los proyectos de desextinción, que es también el que más interés despierta: la resurrección de animales que se extinguieron hace millones de años (sí, aquí entran los dinosaurios). Todas las estrategias mencionadas anteriormente son poco menos que inútiles en esta empresa: 1) ni podemos obtener dinosaurios haciendo cruces de animales existentes (retrocruzamiento), 2) ni vamos a encontrar núcleos celulares viables (o inviables) de dinosaurios en las rocas que hoy constituyen sus fósiles (clonación), 3) ni desde luego vamos a poder editar el genoma de una gallina para convertirla en un Tyrannosaurus rex (edición genómica). ¿Qué podemos hacer entonces? Crear el genoma desde cero mediante síntesis química, lo que recibe el nombre de “síntesis genómica”.
Esta es un área novedosa y todavía en pañales, pero ya se han llegado a sintetizar cromosomas enteros de organismos eucariotas sencillos (levaduras). Aunque la cantidad de ADN que se puede sintetizar artificialmente todavía es limitada, y los genomas de los organismos multicelulares son muy (muy) grandes y complejos, el mayor escollo de esta estrategia no es ese. El quid de la cuestión es que para hacer la síntesis del ADN, uno debe conocer la secuencia que quiere sintetizar. Es decir, para sintetizar el ADN de un dinosaurio necesitamos conocer la secuencia completa de su genoma. Y eso es un problema. Y gordo.

Los fósiles de los dinosaurios no dejan de ser rocas, por lo que no podemos contar con extraer ADN de ellos.
Como señalamos anteriormente, en condiciones ideales el ADN puede llegar a sobrevivir alrededor de 2 millones de años. Los últimos dinosaurios se extinguieron hace aproximadamente 66 millones de años. No hay mosquito en ámbar que valga, las cuentas no salen. Tenemos que asumir que no vamos a encontrar ADN de dinosaurio (un poco decepcionante, es cierto). Entonces, ¿nunca podremos desextinguir un dinosaurio? Como aquella película de James Bond, “nunca digas nunca jamás”. En realidad, que no vayamos a encontrar ADN de dinosaurio no significa necesariamente que no vayamos a poder conocer la secuencia de ese ADN.
Suena un poco paradójico o directamente ridículo, ¿verdad? He ahí la magia de la investigación y el desarrollo. Investigaciones muy recientes han demostrado que los fósiles pueden todavía “recordar” ciertos aspectos bioquímicos del tejido vivo que en su día fueron. Esto es algo tan interesante que se merece un artículo en sí mismo, por lo que tendremos que dejaros un poco con la intriga. Simplemente quedaos con esta idea: es imposible, sí, pero solo por ahora. Huelga decir que, si somos capaces de superar el reto de la síntesis genómica dinosáurica, cuestiones como la incubadora necesaria para realizar el desarrollo embrionario y asuntos afines resultarán a todas luces baladíes.
Desextinción, ¿sí o no?
En este breve paseo por la desextinción hemos entrado como un elefante (o mejor, como un mamut) en una cacharrería sin siquiera poner sobre el tapete la pregunta más fundamental de todas: ¿acaso queremos o debemos desextinguir animales? Los argumentos a favor y en contra son numerosos y abarcan multitud de ámbitos, pero destacan tres de ellos: la ecología, la economía y la ética.
Las posturas partidarias de la desextinción sostienen que nos permitirá aprender como nunca sobre los animales en cuestión, que en cierto modo hace justicia al “corregir” un evento tan catastrófico como una extinción y que además generará ingresos con la exposición de estos animales desextintos (el modelo de negocio de Parque Jurásico, vaya). Por otro lado, las posturas detractoras argumentan que un animal desextinto no está adaptado a los ecosistemas actuales (lo cual terminará mal, para el animal, para el ecosistema o para ambos), que arrogarnos la potestad de decidir si una especie debe permanecer muerta o volver a la vida sobrepasa nuestra jurisdicción moral, y que la desextinción supone un gasto ingente de recursos que podrían emplearse en otras cuestiones quizás más apremiantes. Está claro que opiniones hay de todos los pelajes.

La desextinción de animales puede producir desequilibrios en los ecosistemas, así como otras desagradables consecuencias.
Sea como sea, no perdamos de vista un hecho irrefutable: la investigación y desarrollo de la biotecnología del ADN tiene la capacidad de dotarnos de herramientas capaces de mejorar nuestra vida y la del resto de seres vivos del planeta. Cuestión diferente es el posible uso perverso, desinformado o desafortunado que se haga de dicha tecnología, pero esto es algo que atañe a todos los ámbitos de la acción humana. Por ello, mientras seguimos investigando cómo resucitar animales extintos, quizás deberíamos preguntarnos dónde poner el límite. Recordemos que nosotros no dejamos de ser un tipo de animal, como también lo fueron otras especies humanas con las que competimos en el pasado: neandertales, denisovanos y muchos Homos más. ¿Los desextinguiríamos a ellos?